El Palacio del baile en México

Una noche en el California Dancing Club

Janis Suárez García 

La mira. Toma su mano con tal delicadeza que pareciera  tener entre sus manos una flor,  acaricia su cintura como si fuera la primera vez que la tiene entre sus brazos. Ella lo mira tiernamente, le coquetea en cada paso, un pequeño juego de seducción se lleva a cabo en cada pieza musical, es como si nunca hubiera pasado el tiempo.
   
Se trata de lucir las piernas. Vestido largo, adornado con flores en la parte superior color verde, medias que acompañan las zapatillas que harán resaltar aquellos pies que se entregan en cada danzón y un abanico en la mano izquierda que dará vitalidad para la siguiente pieza. 

Aquí nadie viene de fachas, “aquí se viene elegantes, prohibidos los zapatos de hule”, es por eso que él lleva un pantalón flojo, color verde, del  que cuelga una cadena; un saco largo, zapatos de charol y un sombrero que lleva una pluma en el costado combinan perfectamente, no hay error alguno, todo un pachuco del siglo XXI.

Entrar al California Dancing Club,  es como entrar en un túnel del tiempo. Fotografías  de grupos musicales que han tocado en el lugar y otros de artistas del cine mexicano que han asistido,  es insertarnos en una época en la que todo era alegría y diversión, que quedo  en  pausa detrás de aquellas puertas.

Al parecer este baile enciende la pasión y mantiene unidos a aquellas parejas que llegan a la al legendario salón de baile e ínsita a las que no la tienen a conseguir una, para probar de las delicias del baile de la seducción, del que probablemente les costará mucho trabajo deshacerse.

El secreto, la punta de los pies. Con ellas se logra el cuadro, la alondra,  el columpio, la escalera y el centro,  pero principiante ese meneo de caderas que no cualquiera sabe hacer y que sólo ellas, mujeres falsamente llamadas de la tercera edad, que muestran su esplendor  en aquella pista.

Hoy es noche  de danzón, así que a darle. No hay lluvia que pueda echar a perder esta reunión y mucho menos  malas piezas musicales, ya que aquí todo se aprovecha, si no se baila, por lo menos se canta. Rodrigo y Martha así se conocieron,  bailando, y en 25 años no se han  separado. Ahí se transforman y se olvidan de todo, ahí no pasa el tiempo. Es como la primera vez que bailaron juntos.

Yo bailo por el simple gusto de hacerlo, porque mis piernas lo piden, como si fuese una droga que calma mis ansias de mover las caderas. Yo bailo porque quiero. Con elegancia, precisión, un cadencioso movimiento del cuerpo y al ritmo del compás  se da vida a un ritmo añejo. Música de verdad, que ha acompañado la vida de todos aquellos que se reúnen a bailar, a platicar, a convivir,  a lo que sea, por el simple hecho de disfrutar.

El juego de la seducción comienza de nuevo. Ella lo mira fijamente, él balancea su cuerpo con tal delicadeza que pareciera una frágil flor.  Se acercan, no dicen nada. Se funden en uno solo, bailan de cachetito, sin importarles nada a su alrededor. Giran y aplauden por el gusto de saber que lo han hecho bien, porque principalmente bailan para  sentir.

Es así como pasa la noche en el Palacio de baile en México, en la colonia Tabacalera, entre la euforia de la gente que disfruta al máximo de la música, de las danzoneras, mientras  unos se  demuestran su amor besándose y acariciándose, otros no se cansan de  bailar y de buscar pareja. La  pausa en el tiempo sigue, detrás de aquellas puertas que dan la oportunidad de conocer las historias del legendario California Dancing Club.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Lo + visitado